Hace relativamente poco tiempo fue el aniversario del incendio de la casa de mis padres. Recuerdo aquel día como si lo estuviera viviendo ahora mismo, por aquellos entonces yo llevaba varios meses casado y vivía con Ana en la carretera Calañas, justo en frente del bar Los Naranjos, siempre agradeceré a la Cristo el que me dejase la casa mientras intentaba terminar la mía.
Bueno, ese día, el día que ardió la casa, yo me encontraba en el estudio de Juan Alfonso cuando me llamó Carlos Rey, todavía retumba dentro de mí “Paco, me ha llamado Rafael y me ha dicho que la casa de tus padres está ardiendo”. Entre sorprendido e incrédulo salí corriendo, a medida que bajaba por el parque ya la cara se me cambiaba, el humo, cual pregonero de los peores presagios, teñía de gris oscuro el cielo.
Nada más llegar, lo primero fue buscar a mis padres, mi hermana lloraba junto a mi padre y, mi madre corría hacia mí, “Paco, el Gorki, saca al Gorki que se quema”, el Gorki era el pastor belga que teníamos en casa, este asalto lo superó con coraje en el patio atrincherado.
La mayor preocupación de mi padre era que ya no podía ir a terminarme la casa, tenía que ponerse a trabajar en la suya. La mayor de mi madre era que no tenían dinero y tampoco tenían asegurada la casa. La mayor insistencia de Ana, era que yo le ofreciera a mi padre el dinero de nuestra hipoteca para que pudiera arreglar su casa.
Juan “el bombero” me decía que no entrara, que la casa estaba destrozada y que esperara a que se enfriara un poco y a que mis padres se calmaran, entonces, en ese preciso momento apareció eso que hace especial este pueblo al que tanto quería mi padre, el espíritu vecinal, el corazón de sus gentes, empezaron a entrar en la casa los vecinos, los hijos de los vecinos, los amigos de unos y de otros, personas que, pese a llevar toda una vida viviendo cerca, jamás habíamos hablado, todos se pusieron a limpiar, a desescombrar, sobre todo a asegurar la casa. Recuerdo a Javi, Fran, Ángel, José y María Luisa, a su hijo, a Francisca, Juan Lorenzo, Francisco, Manolo (Padre e hijo), Juan y la Manoli, mis abuelos, y un largo etc., pero sobre todo recuerdo la cara de Luis Carlos llorando cuando me decía “lo siento, he tenido que romper el cristal de la puerta, no sabía si tus padres estaban dentro”, joder, que persona más buena.
Al día siguiente, cuando amaneció, nada ni nadie permitía a mis padres decaer, las muestras de solidaridad y apoyo fueron impresionantes, las cubas de escombros se sacaban haciendo cadenas humanas, más humanas que nunca, las personas dispuestas ayudar en lo que hiciera falta acudían sin cesar, todo el mundo quería ayudar. Aquella tarde acudió Pepe Cejudo junto con otros concejales, recuerdo que cuando entró por el patio se encontró a Ana subida en una escalera con un estropajo limpiando los pocos azulejos que no se habían caído en el lavadero, tal como se la encontró me preguntó sonriendo “a esta la tienes de alta”, esa sonrisa me insufló aire fresco y con la misma sonrisa le contesté “Pepe, te parece poco alta lo que la tengo, no hay escaleras más grandes”. Pepe entró en el comedor, yo agarraba a mi padre de la mano no fuera a soltarle algo (mi padre no conjugaba con sus ideas políticas), pero no le dio tiempo a soltar nada, Pepe pregunto por el seguro de la casa y se le dijo que no teníamos, que con las pensiones que tenían no se lo podían permitir, Pepe no dudó, miró a los que tenía al lado y dijo “para esto es el fondo de emergencias, que empiecen mañana con todas las gestiones para que esta familia pueda vivir en su casa”, y así fue, el Ayuntamiento y la Diputación se encargaron del arreglo de las casa de mis padres.
Llegados a este punto, ¿qué quiero? Quiero agradecer a los vecinos de Triana que ayudaron a mis padres esos días, a los amigos que organizaron aquella rifa benéfica para ayudarles, al que le regaló la nevera, al que puso las cubas, al que regaló las mesas y las sillas, los que desescombraron, y así podría estar escribiendo muchos renglones.
No soy nadie para proponer medallas, pero tengo claro que mi medalla de oro de Valverde sería para ese grupo de valverdeños, que sin vender su altruismo, le dieron a mi padre, en su último año de vida, la alegría de dormir en su casa, ahí tenéis mi medalla con todo el cariño del mundo.
No quiero olvidar, no os lo merecéis.
Gracias a todos.